El cambio climático es algo tangible y numerosas investigaciones científicas así lo demuestran.
Cuando se habla de cambio climático, se piensa en un aumento generalizado de las temperaturas como la causa de todos los problemas mientras que en realidad es la principal, pero no única, consecuencia. Es el aumento de concentración de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera lo que provoca una alteración en el balance energético terrestre y aumenta la cantidad de radiación retenida.
Los valores históricos de concentración de GEI, y su tendencia (en la siguiente figura se muestra el aumento en la concentración de CO2, atmosférico en los últimos 60 años) indican que la mitigación, o reducción de emisiones de GEI, no es suficiente para detener a corto plazo el cambio climático, dado que los gases que ya han sido emitidos pueden permanecer en la atmósfera hasta un siglo completo, reteniendo radiación durante todo ese tiempo.
Esta radiación no es otra cosa que energía, que aunque principalmente se refleja como temperatura, se puede manifestar en otras variables climáticas, siendo las precipitaciones y el viento las más conocidas. Los cambios que está provocando el cambio climático ya se están produciendo y la intensidad con la que se muestran obliga a plantear la adaptación a estas nuevas condiciones como necesario y no como posible. Este planteamiento viene apoyado por organismos como el Panel Intergubernamental del Cambio Climático- IPCC- que realiza modelos y estudios sobre el cambio climático y estrategias de adaptación al mismo.
Cuando los cambios en el clima son lo suficientemente importantes, aparece el riesgo para la actividad y ante esta situación, surge la pregunta de cuáles son los eventos concretos para los que debe estar preparada. La gran cantidad de variables climáticas que se ven afectadas por el cambio climático obliga a acotar el estudio a los riesgos que mayor influencia puedan llegar a presentar sobre la actividad, por lo que se hace necesario un análisis de riesgos climáticos para delimitar el impacto y adoptar medidas frente a los riesgos más representativos. La taxonomía Europea de finanzas sostenibles otorga importancia a estos análisis ya que los establece como una condición necesaria para que determinadas actividades industriales se clasifiquen como sostenibles.
Un análisis de riesgos climáticos debe iniciarse con un análisis de exposición en el que se examinen las condiciones climáticas en la ubicación que se encuentra la actividad con la mayor precisión posible. Este análisis debe basarse en las proyecciones que los modelos muestran sobre las condiciones climáticas futuras, que pueden variar significativamente respecto a los valores históricos y los casos actuales. En función de la variable climática, los análisis de exposición permiten obtener mapas de distribución de intensidad, donde se muestran las condiciones con una determinada resolución espacial. La obtención de estos mapas no es siempre posible, ni pueden tener una alta precisión, por lo que el análisis posterior en ocasiones ha de utilizar proyecciones genéricas.
En la siguiente figura se muestra un ejemplo de una proyección a nivel nacional del aumento de días anuales con olas de calor, en el horizonte 2041-2070 y con respecto al histórico de 1971-2000. Con la leyenda presente en la parte inferior izquierda, se aprecia como el aumento es una constante a lo largo de la península.
El análisis de exposición debe ser complementado con un análisis de vulnerabilidad. Se deben considerar los riesgos climáticos para los cuales hay exposición y estudiar, considerando los aspectos técnicos de la actividad, incluyendo sus instalaciones y su personal, cuál es el impacto que pueden tener en la operación.
Para concluir, sobre los riesgos que presenten exposición y vulnerabilidad se deben estudiar medidas que permitan controlar los riesgos, combinándolas, atendiendo a la prioridad jerárquica de eliminación, reducción, sustitución, aislamiento y protección. En estas medidas debe considerarse especialmente que no contribuyan a empeorar el impacto sobre otras zonas aparentemente ajenas a la actividad.
Gonzalo Villa Bueno
Ingeniero químico y máster en ingeniería ambiental por la UPM
Consultor